“Hola, Jon”, dije. “¿Qué pasa? ¿Has perdido algo?”
Me explicó que tenía que pagar el taxi. “No tengo efectivo”, dijo. “Estoy buscando un cajero automático”.
Ven conmigo, Jon”, le dije, acompañándolo. Nos adentramos en la noche fría. El taxi estaba estacionado en la puerta, el motor regulando, el conductor se veía enfadado e impaciente. Me asomé a la ventana y conté unos billetes. El taxista continuó su camino, yo me di vuelta y le puse a Jon un billete de cien dólares en el bolsillo de su camisa.
“¿Qué es esto?”, dijo. “Gracias, Bruce, pero no puedo aceptar tu dinero—”
Me volteé y miré al hombre de seis pies cuatro pulgadas que acababa de ganar esa noche la bonificación de $75.000 por el Sometimiento de la Noche tras derrotar a Ryan Bader, quien se rindió en el segundo asalto tras una estrangulación. Era la primera vez que Bader perdía y Jon era una estrella en ascenso; en seis semanas iba a retar a Mauricio “Shogun” Rua por el campeonato de peso semicompleto. Si ganaba, se convertiría en el campeón de peso semicompleto más joven de la historia del UFC, con solo veintitrés años de edad. (Por si no sabían: Ganó).
Asintió con la cabeza. “Sí, Bruce”.
Amo Las Vegas. La conozco como la palma de mi mano. Pero soy el primero en decir que hay que mantenerse alerta, igual que en una ciudad grande. Especialmente si eres reconocido.
Conozco a los peleadores lo suficiente como para saber que en las noches de peleas están tan excitados que no pueden dormir. Esa noche, la victoria de Jon sobre Bader estaba tan fresca que él aun podía saborearla. Eran las 3.00 a.m., pero Jon podría haberse quedado despierto hasta el mediodía del día siguiente. Todo lo que quería era divertirse hasta que no le quedara energía.
Para este momento ya había otras personas llegando al lobby. Algunos eran mis amigos. “Nos vamos a otra fiesta”, le dije a Jon, haciendo seña con la mano al chofer de la limusina. El lujoso auto negro se acercó. “Ven con nosotros”.
A medida que la limusina se alejaba de la acera pensé que debería hablar con el manager de Jon acerca de lo ocurrido. Aunque ahora, la noche era joven aún.
Llevo tiempo diciéndole a la gente que mi joven amigo Jon “Bones” Jones es una raza de peleador nueva. En el Octágono es un derviche que resuelve todo rápidamente, un tornado de codazos, rodillazos y patadas. Tiene el mayor alcance de todos los peleadores de la organización. Un maravilloso engendro de la naturaleza muy bien proporcionado, como lo son tantos otros grandes atletas.

Dado que tiene poco más de veinte años, aún le falta madurar, tanto como hombre como peleador. Pero tiene más suerte que muchos de los que llegaron al UFC en la década pasada. Primero, él practica el deporte en una forma totalmente diferente. Segundo, está en el lugar correcto en el momento correcto. El trato con Fox de 2001 ha lanzado el deporte a otro nivel y lo ha expuesto a millones de fanáticos nuevos. El UFC ha llegado a las masas, y Jon se encuentra en la posición perfecta para aprovechar algunos de esos beneficios.
Otra cosa que Jon tiene en su esquina es una familia llena de amor. Su padre es ministro Pentecostal en el estado de Nueva York; Jon era parte del coro de la iglesia cuando se crió dentro de una familia muy religiosa. Él era el hermano del medio, y aunque no era un escuálido, sus hermanos también eran tremendos atletas. Ambos jugaron futbol americano para Syracuse. Arthur es actualmente extremo en la defensa de los Baltimore Ravens; Chandler fue elegido por los New England Patriots en la primera rueda del 2012 de la selección de jugadores universitarios para participar en la NFL.
Es por eso que no veo debilidad en la armadura de Jon, solo un poco de inocencia. Por eso la noche en que lo vi solo en Las Vegas no me pareció bien. La gente piensa que hago mucha alharaca acerca de los peleadores necesitando protección. Obviamente, Jon puede defenderse de lo que la vida le tire, y sus asistentes no pueden estar a su lado para protegerlo todo el tiempo, pero un campeón tiene cosas más grandes para hacer que buscar un cajero automático o protegerse de borrachos idiotas.

Si piensan que exagero, debo contarles que cuando la limusina se acercó esa
noche a la puerta del Encore, entré primero con mis amigos. Jon se detuvo un
segundo en la vereda. “Jon”, le dije. “Vamos. Entra”.
Entró. Y un segundo después que Jon cerró la
puerta—solo un segundo—un sujeto de los que estaban fuera del hotel tiró una
trompada y noqueó a alguien más que estaba parado exactamente donde se
encontraba Jon unos segundos antes.
Jon me miró, anonadado.
“Tenemos que irnos”, le dije al chofer que
apretó el acelerador.
La vida puede cambiar rápidamente en las noches
de peleas en Las Vegas. Cuando las fiestas empiezan a morir, la gente borracha
se aburre y busca algo que hacer. Tienes mucha testosterona fluyendo. Alguien
insulta y pum, alguien recibe un golpe en la mandíbula. Si eso va a ocurrir,
prefiero que le ocurra a alguien más, no a uno de nuestros muchachos. Ellos no
necesitan ese dolor de cabeza y no necesitan esa publicidad.
Pasaje del libro "It's Time" de Bruce Buffer publicado en ufc.com con
el permiso de Crown Archetype, una subsidiaria de Random House